Descriptions:
Por Hugo Maguey
Por mucho que sus seguidores quieran negarlo, Donald Trump y Claudia Sheinbaum tienen más similitudes de las que les gustaría admitir. Aunque en apariencia representan proyectos políticos distintos, ambos han construido su liderazgo sobre bases similares: la lealtad absoluta a un líder o a una idea, el uso de la retórica populista, la polarización como estrategia de poder y un estilo de gobierno autocrático disfrazado de democracia.
Autócratas que llegaron al poder democráticamente
Tanto Trump como Sheinbaum han sido elegidos en procesos democráticos, pero eso no los convierte en demócratas. La esencia de la democracia no es solo ganar elecciones, sino respetar el pluralismo, la división de poderes y la libertad de expresión. Aquí es donde ambos fallan.
Trump intentó subvertir el proceso democrático de Estados Unidos al desconocer los resultados de las elecciones de 2020, incitando a sus seguidores a rechazar el sistema electoral y, en el caso más extremo, a tomar el Capitolio el 6 de enero de 2021. Su retórica ha sido la de un líder que no reconoce otra legitimidad que la suya propia.
Por su parte, Sheinbaum ha seguido la línea de Andrés Manuel López Obrador, consolidando un modelo donde la lealtad al presidente y al proyecto de la “Cuarta Transformación” es la clave para cualquier avance político. A pesar de haber sido electa, su discurso no se basa en la pluralidad, sino en la continuidad de un proyecto que rechaza el diálogo con la oposición y descalifica cualquier crítica como parte de una conspiración de “conservadores” o “neoliberales”.
Populismo y represión disfrazada
Una de las grandes mentiras del populismo es que no reprime. Trump y Sheinbaum han usado esta idea como bandera, afirmando que, a diferencia de gobiernos del pasado, ellos no persiguen opositores ni censuran a los medios. Sin embargo, la represión no siempre se presenta en forma de balas y cárcel.
Trump atacó sistemáticamente a la prensa, calificando de “enemigos del pueblo” a medios que publicaban información en su contra. Persiguió judicialmente a sus opositores políticos y utilizó el aparato del Estado para consolidar su imagen de líder absoluto del movimiento MAGA (Make America Great Again).
Sheinbaum, por su parte, ha seguido la estrategia de AMLO de utilizar la narrativa como arma política. Desde la presidencia, se ha orquestado una campaña constante de ataques contra periodistas, intelectuales y críticos del gobierno, descalificándolos públicamente y, en muchos casos, exponiéndolos a ataques digitales y amenazas. No se trata de represión en el sentido clásico, pero el efecto es el mismo: desincentivar la crítica y generar miedo en quienes se atreven a cuestionar el poder.
Dictaduras sin uniforme militar
El concepto tradicional de dictadura evoca imágenes de generales en uniforme, censura total y represión violenta. Pero en el siglo XXI, las dictaduras han evolucionado. Tanto Trump como Sheinbaum representan un modelo de gobierno autoritario donde la apariencia democrática es solo una fachada.
Trump gobernó con la intención de romper los equilibrios institucionales, premiando la lealtad por encima de la capacidad y socavando cualquier mecanismo de control. Sheinbaum ha seguido una ruta similar, asegurando que las instituciones respondan primero a la voluntad del líder y luego a las reglas democráticas.
Ninguno de los dos ha consolidado una dictadura en el sentido clásico, pero ambos han sentado las bases para regímenes autoritarios disfrazados de democracia, donde la concentración del poder y la anulación de la oposición son prácticas comunes.
Trump vs. Sheinbaum: ¿Quién pierde en esta confrontación?
Si Trump y Sheinbaum terminan enfrentándose en el escenario internacional, la pregunta no es quién ganará, sino quién perderá más. Y la respuesta es México.
Trump ha dejado claro que su prioridad es Estados Unidos y que no tiene reparos en utilizar a México como chivo expiatorio para sus políticas migratorias y económicas. Si regresa a la presidencia en 2025, es casi seguro que retomará su retórica de amenazas contra el gobierno mexicano, presionando para endurecer las políticas migratorias y utilizando aranceles como arma de negociación.
Sheinbaum, en su intento de mantener la lealtad a la agenda de López Obrador, podría adoptar una postura desafiante ante Trump, pero sin el poder real para sostener un enfrentamiento. México depende económicamente de Estados Unidos, y cualquier choque con Trump podría traducirse en consecuencias económicas severas.
El populismo, en cualquiera de sus versiones, tiende a chocar con la realidad. Y cuando dos líderes populistas se enfrentan, el costo no lo pagan ellos, sino sus pueblos.
Conclusión
Trump y Sheinbaum son el reflejo de una misma tendencia global: el ascenso de liderazgos autoritarios que utilizan la democracia como trampolín para consolidar el poder. Su retórica populista, su desprecio por la oposición y su forma de gobernar basada en la lealtad personal, más que en la institucionalidad, los convierten en piezas de un mismo fenómeno.
El problema no es solo que ambos existan, sino que millones los apoyan sin cuestionar su peligro para la democracia. Porque al final, la autocracia no se impone, se construye con el consentimiento de quienes prefieren un líder fuerte antes que un sistema que funcione para todos.