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Por Hugo Maguey
México y Ecuador se enfrentan en el campo de la desinformación y la condena. Desde la entrada de López Obrador, las conferencias mañaneras se convirtieron en una forma de dominar la narrativa, con medios afines, presentando otros datos y discursos que no corresponden con la realidad. Una técnica para dominar la narrativa es la polarización, con la que se explotan rencores viejos y se crean nuevos odios contra quienes piensan distinto o critican al régimen.
Las mañaneras del pueblo y los propagandistas disfrazados de periodistas que inundan las conferencias de la presidenta Sheinbaum, se venden como la esperanza, la única forma de informarse ante el embate de los medios “chayoteros” (que en realidad los chayoteros, son quienes reciben dinero del gobierno).
Sin embargo, ahora se enfrentan con Ecuador en el terreno de la desinformación, en el de la geopolítica digital. Es decir, las narrativas se enfrentan gracias al alcance de los medios digitales. Si antes los discursos se quedaban en casa, ahora toda la información es mundial, por lo que se ha convertido en una disciplina clave en las relaciones internacionales contemporáneas, transformando la manera en que los Estados ejercen poder e influencia. Este fenómeno surge de la convergencia entre tecnología, comunicación y estrategia, donde el control de la información en redes y plataformas digitales se vuelve tan relevante como el dominio territorial o militar. Herramientas como la diplomacia digital, la guerra informativa y la manipulación algorítmica han redefinido el tablero global.
Hoy, esta geopolítica digital afecta las relaciones entre países tanto en el terreno simbólico como en el práctico. Los Estados ya no sólo negocian o se enfrentan en embajadas o foros multilaterales: ahora también lo hacen en Twitter, TikTok o YouTube. Las narrativas se construyen en tiempo real, y lo que antes era un comunicado diplomático ahora puede ser una publicación viral. Esta lógica ha permeado conflictos, alianzas, propaganda y hasta campañas electorales.
El caso ilustrativo de estas nuevas dinámicas es la reciente tensión entre México y Ecuador. Tras la incursión ilegal de fuerzas ecuatorianas a la embajada mexicana en Quito en abril de 2024, México rompió relaciones diplomáticas. Desde entonces, la presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado en sus conferencias matutinas que no habrá restablecimiento de relaciones mientras Daniel Noboa permanezca en el poder. Este discurso ha sido amplificado mediante la plataforma digital de la presidencia, conocida como “la mañanera”.
La escalada narrativa llegó a un nuevo nivel cuando el gobierno ecuatoriano acusó a México de haber enviado presuntos sicarios para atentar contra Noboa, declarando una “alerta máxima”. La cancillería mexicana rechazó estas afirmaciones calificándolas de irresponsables, asegurando que se trata de una “narrativa construida” sin fundamento. Así, Ecuador está utilizando las mismas herramientas discursivas de victimización, amplificación mediática y justificación política que en muchas ocasiones México ha empleado frente a otros actores. En este sentido, como diría el dicho, al país le están dando una cucharada de su propio chocolate.
Frente a esta guerra de narrativas, la pregunta obligada es: ¿quién o qué puede contrarrestarlas? Una respuesta es la alfabetización mediática: formar ciudadanos capaces de identificar estrategias discursivas, verificar fuentes y reconocer cuándo un discurso apela a la emoción más que a los hechos. Pero también se requiere una sociedad civil activa, medios independientes con capacidad de análisis crítico y plataformas tecnológicas comprometidas con la veracidad. En última instancia, la mejor defensa frente a la manipulación digital no es la censura, sino una ciudadanía informada y con pensamiento crítico.
Combatir las narrativas manipuladas implica también exigir rendición de cuentas a los gobiernos sobre el uso de sus plataformas oficiales. Cuando el Estado utiliza herramientas digitales para construir enemigos, desinformar o polarizar, es responsabilidad de periodistas, académicos y organizaciones exigir transparencia y límites. La geopolítica digital llegó para quedarse; lo urgente es aprender a navegarla sin convertirnos en peones de discursos diseñados para el poder, no para la verdad.