Tecnología en la infancia: acompañar, no prohibir

Tecnología en la infancia: acompañar, no prohibir

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Por Jorge Lucas

Durante la pandemia, millones de niños y niñas en el mundo encontraron en sus pantallas algo más que entretenimiento: encontraron compañía. Fue gracias a un celular, una tableta o una computadora que pudieron hablar con sus amigos, asistir a la escuela y conectarse con sus familiares. Y aunque la vida ha vuelto en gran parte a la “normalidad”, la conversación pública sobre el uso de la tecnología en la infancia sigue marcada por la ansiedad, los límites y las prohibiciones.

 Para la psicóloga sueca Siri Helle, autora del libro The Emotion Trap, ese enfoque es incompleto.

 “No se trata de prohibir el acceso a la tecnología, sino de acompañar a los niños para que tengan una mejor experiencia. La pantalla no es el problema: el problema es lo que reemplaza si no la usamos con conciencia”, dice en entrevista con Veraz.

Un aumento inevitable, una oportunidad ignorada

Según cifras de la UNESCO, durante el confinamiento global por COVID-19, el tiempo que niños y niñas pasaban conectados aumentó entre un 50 y un 60 por ciento en todo el mundo. En México, el estudio más reciente de UNICEF muestra que el uso de internet en niños de 6 a 11 años creció de 27.9% en 2015 a 44.8% en 2021. En adolescentes de 12 a 17 años, el número subió al 87.8%.

Lejos de verlo como un fenómeno negativo en sí mismo, Helle invita a hacer una distinción fundamental:

“Hay niños que durante la pandemia pudieron seguir hablando con sus amigos gracias a un videojuego o una red social. No todo el uso digital es aislamiento. Al contrario, puede ser una forma de conexión muy valiosa”, asegura.

Pantallas y neurodivergencia: un puente, no una barrera

Otro de los puntos clave que plantea Helle es el papel de la tecnología en infancias neurodivergentes, aquellas que viven con condiciones como el autismo, el TDAH u otras diferencias del desarrollo neurológico.

“Para muchos niños neurodivergentes, la pantalla puede ser el único puente de comunicación con su entorno. Prohibírsela sin comprender esto es como cerrarle la única ventana que tienen al mundo”, afirma.

En Suecia, donde trabaja con familias de niños con diagnósticos diversos, ha visto cómo herramientas digitales permiten a los menores expresarse, establecer vínculos y desarrollar habilidades que en entornos presenciales serían más difíciles.

 “Hay apps y plataformas que ayudan a leer, a organizar el día, a entrenar habilidades sociales. Pero incluso fuera de eso, simplemente tener un espacio donde comunicarse sin presiones inmediatas puede marcar una gran diferencia”, dice.

 ¿Y si dejamos de hablar sólo de “tiempo de pantalla”?

Durante años, padres, docentes y expertos han centrado la conversación en cuánto tiempo pasan los niños frente a una pantalla. Pero para Helle, esa medida está sobrevalorada:

“Hablamos de ‘tiempo en pantalla’ como si fuera una sola cosa, pero no lo es. No es lo mismo una videollamada con tu abuela que pasarte dos horas viendo clips que no dicen nada. Hay que diferenciar entre el contenido nutritivo y el digital chatarra”, explica.

En esa misma línea, un estudio de Nature Communications publicado en 2022 advierte sobre la llamada “economía de la atención”: las plataformas digitales están diseñadas para captar y retener la atención del usuario tanto como sea posible. Entre los mecanismos más usados están los videos cortos, las notificaciones constantes y los algoritmos personalizados que alimentan el consumo adictivo.

“Estas plataformas ganan dinero con nuestra atención. Mientras más tiempo pasamos, más ganan ellas. Pero ese tiempo se lo quitan al sueño, al juego, a la convivencia. Y lo que más me preocupa es que afectan la capacidad de los niños de mantener la atención en tareas más largas y profundas”, advierte la psicóloga.

Acompañar, no castigar

En muchos hogares, el primer impulso frente a un problema digital es el castigo: quitar el celular, cerrar la cuenta, prohibir el acceso. Pero eso puede ser contraproducente.

“La investigación muestra que lo más importante es que el niño tenga un adulto de confianza con quien hablar si algo le pasa en línea. Si cada vez que cuenta algo le quitan el teléfono, la próxima vez ya no va a contar nada”, explica Siri Helle.

Su recomendación es clara: escuchar sin juzgar. Apoyar sin imponer. “En lugar de centrarse en la culpa, hay que centrarse en el vínculo. Eso hace toda la diferencia”, dice.

El mensaje que hay que repetir 100 veces

Helle comparte una recomendación sencilla, pero poderosa, que una colega suya especialista en redes sociales le enseñó:

“Hay que decirle a los hijos una y otra vez: no importa lo raro, lo vergonzoso o lo grave que sea lo que vivas en internet, siempre puedes venir conmigo. Siempre voy a estar de tu lado”.

Ese tipo de frases —dice— puede parecer simple, pero construye confianza, y la confianza es la base de todo acompañamiento.

Tecnología con humanidad

Siri Helle no niega los riesgos del mundo digital. Reconoce el ciberacoso, la presión estética, la sobreexposición y los foros destructivos. Pero también ve el potencial de una tecnología usada con criterio, compasión y sentido humano.

“Las pantallas no van a desaparecer. Lo que sí podemos hacer es enseñar a los niños a usarlas con conciencia, como herramienta, no como sustituto. Y para eso, nos necesitan cerca”. 

En tiempos de algoritmos y ruido, quizás lo más revolucionario siga siendo eso: estar cerca.