Descriptions:
Por Jorge Lucas
Cada 30 de abril, México celebra el Día del Niño. En teoría, es un momento para reflexionar sobre sus derechos, su bienestar y el papel que tienen en la sociedad. Pero en la práctica, muchas veces se reduce a dulces, globos y promesas sin seguimiento. ¿Realmente estamos educando a los niños… o simplemente los ignoramos?
La psicóloga sueca Johanna Salgado, experta en desarrollo infantil, lanza una advertencia clara: “Muchos padres proyectan sus propios miedos, expectativas y experiencias en sus hijos, sin darse cuenta de que eso no es justo para el niño. La crianza debería partir de sus capacidades, intereses y deseos”.
Esta lógica se relaciona con un fenómeno poco discutido pero profundamente arraigado: el adultocentrismo. Se trata de una visión del mundo que pone al adulto como medida de todas las cosas, desdibujando las voces, los intereses y hasta las necesidades emocionales de los niños. El pedagogo italiano Francesco Tonucci lo resume bien: “Los niños no son adultos en miniatura, sino personas completas que merecen ser escuchadas”.
El doble discurso de la crianza moderna
La contradicción es clara: exigimos que los niños desarrollen autonomía, pensamiento crítico y autoestima, pero tomamos todas las decisiones por ellos. Según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) del INEGI, más del 40% de los niños entre 6 y 14 años en México no tienen voz ni voto en cuestiones tan simples como su alimentación o su tiempo libre.
Y el problema no es sólo mexicano. De acuerdo con datos de la ONU, dos de cada tres niños en América Latina no se sienten escuchados en sus hogares ni en sus escuelas. Es decir: millones de infancias se viven desde la obediencia, no desde la participación.
Para Salgado, el enfoque autoritario puede funcionar… pero sólo en apariencia:
“Tal vez obedezcan mientras estás presente, pero cuando no estás, harán lo que quieran. Si en cambio construyes una relación basada en la confianza, podrán tomar decisiones con criterio”.
La psicóloga insiste en que educar no significa imponer, sino acompañar. Involucrarlos en decisiones cotidianas no los vuelve “malcriados”, sino personas que saben que su voz importa.
Ni adultos prematuros, ni muñecos de cristal
Uno de los retos más complejos es encontrar el equilibrio entre dejarles crecer y protegerlos de los riesgos del mundo adulto. En redes sociales, niños y niñas son expuestos desde los 9 o 10 años a modelos estéticos, ideales de éxito o narrativas de género que muchas veces los hipersexualizan o les imponen expectativas ajenas.
Salgado lo resume con contundencia:
“Los niños no hacen lo que les decimos, hacen lo que ven. Si tú gritas, ellos gritarán. Si dialogas, ellos aprenderán a dialogar. Si consumen contenidos dañinos sin mediación, aprenden a vivir sin guía”.
Un informe de Save the Children México confirma esta desconexión: el 70% de los niños mexicanos asegura que los adultos “casi nunca” les preguntan su opinión antes de tomar decisiones que les afectan. ¿Cómo fomentar una infancia libre si no les dejamos ni opinar?
El tiempo sí importa (pero de verdad)
Frente a esta crisis silenciosa, la propuesta es tan simple como radical: darles atención de calidad.
“No se trata de estar todo el día con ellos, sino de darles 30 minutos o una hora donde tengas 100% de atención, sin celular, sin distracciones”, dice la psicóloga.
Esa presencia consciente —que contrasta con la “presencia de cuerpo ausente” de muchos padres— es lo que permite detectar miedos, frustraciones, ideas nuevas o señales de alerta. También es lo que enseña a los niños que merecen ser vistos y escuchados.
La falsa inclusión también es adultocéntrica
El adultocentrismo también se manifiesta en la manera en que tratamos a los niños con autismo, TDAH u otras condiciones neurodivergentes. En México, muchas escuelas aún los segregan en aulas separadas. Según Salgado, eso no es inclusión:
“La inclusión no es agrupar a todos los niños con diagnóstico en un salón especial. La verdadera inclusión adapta el entorno para que todos puedan participar. Eso todavía no se entiende del todo, ni siquiera en Suecia”.
¿Quién decide el destino de los niños?
“En México, muchos padres se frustran porque sus hijos no quieren ser lo que ellos soñaron: arquitectos, médicos, abogados…”, comenta Salgado. “Pero el rol del adulto no es decidir el destino, sino apoyar el proceso”.
Escuchar a los niños no significa rendirse ante sus caprichos. Significa reconocer que tienen voz, y que esa voz puede crecer con criterio si se le da espacio.
¿Educamos o ignoramos? La pregunta no es retórica. Cada conversación que interrumpimos, cada decisión que imponemos sin consultar, cada emoción que minimizamos… es una oportunidad perdida de formar personas íntegras. No es solo cuestión de derechos. Es cuestión de respeto.